¿Existe la soberanía alimentaria en las Islas Baleares?

“COMO LUEGO EXISTO”

De un tiempo a esta parte parece que existe un auténtico complot global contra el campo y la agricultura. La distopia sobre su desaparición es ya para muchos una amenaza real y aterradora. España y en especial Baleares pierden soberanía alimentaria a pasos agigantados. La declaración de la agricultura como sector estratégico protegido por el artículo 130 de la Constitución Española, se convierte igual que el derecho a una vivienda digna en un cruel enunciado. Las políticas que provienen de Europa son las más sangrantes, de todas las subvenciones europeas de la PAC el 80% van destinadas a grandes corporaciones, tan solo el 20% va a parar a pequeños productores.

El término soberanía alimentaria creado en los 80 por la FAO tiene como prioridad el control sobre el sistema alimentario por parte de los productores locales. Es la participación de los ciudadanos en la definición de las políticas agrícolas. En definitiva, es anteponer a las personas frente a las corporaciones agroalimentarias para proteger uno de los derechos más sagrados, el de alimentarse. El alimento no es una mercancía, es un derecho. Tenemos que distinguir entre dos conceptos, la seguridad alimentaria que es el tener comida suficiente para alimentar a la población y el término soberanía alimentaria que va un paso más allá en tener el control y el poder de decisión sobre el sistema productivo de los alimentos. Ambas se encuentras en peligro. El urbanita medio piensa que lo que sucede en el campo no le afecta. Por supuesto siente simpatía por los valientes agricultores que paralizan las ciudades con sus tractores y sus duras pancartas : “Nuestro final será vuestra hambre”, “Tres veces al día necesita la ciudad al campo”, “Menjareu pedres”… pero en su inconsciente lo sienten como una protesta más, una causa más que llamar su atención en Instagram y siguen con su vida, sus prisas, sus rutinas habituales, les preocupa pagar la hipoteca, la serie de Netflix…mientras encuentren comida en los lineales de los supermercados y puedan encargar un Glovo con pizza para cenar, les resultará un problema lejano.

Desgraciadamente no lo es, los habitantes de las ciudades son los que deberían estar aterrorizados por el futuro de la agricultura que ya está afectando de momento su calidad de vida y sus bolsillos. Con la COVID se evidenció nuestra fragilidad. ¿Cuánto tiempo podríamos sobrevivir durante una catástrofe de gran magnitud que nos mantuviera incomunicados en las Islas Baleares? apenas unos 10 días. La coyuntura actual es delicada, en países como Alemania, la cercana guerra en Ucrania ha empujado al gobierno a hacer acopio de alimentos ante la posibilidad de un recrudecimiento. En un territorio dónde la insularidad nos hace dependientes de las mercancías que llegan del exterior, en parte motivada por la gran demanda del monocultivo turístico, existe una terrible desconexión con la tierra, una desconexión con el origen de los alimentos se trata de poner en valor la economía real.

Mientras en Mallorca nuestro entorno rural y las tierras de cultivo fértiles son invadidas por parques fotovoltaicos que producen con urgencia energía, ¿para quién? La propiedad privada se resquebraja en nombre del interés general. Ya se sabe que cuando el lobo redacta la ley, comer ovejas no es delito. Cualquier agresión de este calibre va contra la vida.

La producción lechera va a desaparecer definitivamente, con lo que ello supone para el paisaje y la soberanía alimentaria de los mallorquines después de décadas de indecentes inversiones millonarias por parte de las administraciones. En España los incendios forestales han arrasado comunidades enteras, los acuerdos con Mercosur impuestos por la Unión europea van a empobrecer aún más a los agricultores. Como decía el gran jefe indio, cuando hayan destruido todo se darán cuenta que el dinero no se come.

En definitiva, no se trata de una utopía, Es poner a aquellos que producen distribuyen y consumen alimentos en el corazón de los sistemas por encima de las exigencias de los mercados, de las empresas y de los gobiernos. Se trata de salud pública y de paisaje público ambos en este caso gravemente desprotegidos. En este sentido las políticas autonómicas han sido tibias. Invertir en agricultura es de sabios, es el único camino. Se trata de realizar una política valiente, una correcta gestión de los recursos naturales propios. Hay una falta de liderazgo, una inexistencia de medidas estructurales. La política se ha limitado a repartir subvenciones, eso es una tarea burocrática propia de funcionarios, ¿dónde están los estadistas, los líderes?

Es de vital importancia que la ciudadanía y toda la sociedad esté bien informada y convencida sobre la importancia de su soberanía alimentaria. La Soberanía es suya y tienen el derecho y el deber de ejercerla. Se necesitan consumidores exigentes e informados. Los alimentos son su derecho inalienable, no una mercancía, un derecho igual al de la sanidad, el paisaje, la cultura, la educación, la vivienda o el clima. Escoger producto local es una decisión con un verdadero impacto sobre el sistema y es que también se milita con la cesta de la compra. Dime que consumes y te diré quién eres. Hay que elegir sabiamente para decidir el territorio en el que se quiere vivir.

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