¿Deberíamos proteger como ha hecho Francia nuestro patrimonio rural?
“Liberté, égalité, fraternité para el campo“
En 1929 el novelista y poeta inglés Robert Graves, uno de los grandes escritores del siglo XX se instaló en Deià. En su libro Porqué vivo en Mallorca, escribió “…Quería ir a un lugar donde la ciudad fuera todavía ciudad y el campo, campo “.
Una descripción poética por su simpleza en la que hoy, casi un siglo después, nos cuesta reconocer al deshilachado paisaje agrario post turístico. El patrimonio agrario ha sufrido una erosión cultural de tal magnitud y de tal impacto en nuestro territorio que no nos podemos permitir mirar hacia otro lado.
El patrimonio agrario es una construcción conceptual multidimensional de incalculable valor. La agricultura como primera revolución humana es una explosión civilizadora de 9.000 años de antigüedad que ha sido relegada por el modelo industrial al de simple cultivo de la tierra. El valor agrario forma parte de nosotros, de nuestra cultura, de nuestra esencia del mismo modo que nos definen los museos, las catedrales, el arte, la música o la literatura.
Mallorca por su insularidad, tamaño y por el impacto geográfico y demográfico de la industria turística es susceptible de mirarse en el espejo de la ley francesa que con tanto orgullo protege a su patrimonio rural. Francia es uno de los países con más tradición agrícola de Europa que con esta novedosa legislación, ha logrado optimizar el uso del territorio rural al que otorgan una protección legal similar a la de otros bienes culturales. ¿El objetivo? mantener la identidad cultural y el carácter único de las zonas rurales.
Todo empezó en 2017 cuando unos vecinos parisinos denunciaron judicialmente al gallo Maurice en la isla atlántica de Oleron por cantar demasiado temprano. A su vez, en los Alpes franceses, los dueños de segundas residencias se quejaban del ruido de los cencerros de las vacas. Igual que como cada verano, en las zonas rurales de La Provenza francesa los turistas solicitaban fumigar con insecticida a las cigarras o eliminar a las ruidosas ranas de los estanques…. Lo que en un principio comenzó como querellas surrealistas perpetradas por urbanitas quejicas, el gobierno francés se lo tomó muy en serio.
La Loi 2021/85 de 29 de enero de 2021 protege por ley el entorno rural y la actividad agraria contra las denuncias que incluyen todos los sonidos y sensaciones del campo. Desde el canto de un gallo, hasta el sonido de las campanas de las iglesias, así como de los olores de los establos de los animales o el del estiércol de los campos de cultivo. En definitiva, el patrimonio sensorial de la Campiña francesa. Se trata de reconocer la relevancia cultural que para la sociedad tienen este tipo de bienes, y crear mecanismos de protección. Protege a los agricultores y residentes sobre ruidos y olores asociados a la actividad rural para evitar conflictos de vecindad y blinda a los agricultores contra las quejas.
Los franceses tienen muy claro que es parte del patrimonio común de la nación, sin complejos. Hace falta valentía política y liderazgo social para luchar contra la minusvaloración de la actividad agraria frente a otras. Se necesitan movimientos ciudadanos de defensa de los espacios agrarios para dejar de confrontarlos con la configuración de la estructura urbana.
En Francia se están reconociendo y protegiendo los bienes generados por la actividad agraria a lo largo de su historia con una ley. Un gesto contundente que demuestra la gran autoestima de una nación que protege su legado agrario y que no podemos dejar de admirar. Mientras en Mallorca, se ha maltratado al patrimonio agrario entre la miopía displicente de la administración y la voracidad de los beneficios sin alma de los que vinculan al campo con el subdesarrollo de siglos pasados.
Vivimos en uno de estos momentos críticos de la historia en los que podemos ir en una dirección o en otra. Es urgente una ley de protección del patrimonio agrario inmaterial de Mallorca que preserve la ruralidad como un legado cultural incalculable para las nuevas generaciones.
Eso es lo que necesitamos preservar, que junto a la ciudad, como decía Robert Graves, el campo sea campo antes de que sea demasiado tarde.